Relato, antología Siete vecinos y un San Valentín. Hiperventilando amor.


<< ¡Qué maravilla! >> El de hoy era uno de los amaneceres más bonitos que había visto en su vida y eso que había visto miles…Una de sus mayores aficiones era disfrutar de esos pequeños tesoros que regala la madre naturaleza, siempre le había gustado, quizá porque para verlos había que estar al aire libre y dado que los espacios cerrados le producían una mezcla de agobio y terror, para Henry no había nada mejor.

Dio el último sorbo a su café y entró al salón, su mochila con todo lo necesario para el día de trabajo y lo más importante,  para su supervivencia  le esperaba en el rincón. Se miró al espejo de la entrada, las gafas de pasta casi ocultaban por completo sus bonitos ojos azules, para él su mejor rasgo y aún así casi imperceptibles para el resto de la gente. La camisa elegida para hoy, día de San Valentín, era de color azul marino con ribetes blancos, lástima que no tuviera un cuerpo más musculado y apetecible para el sexo femenino, si fuera el caso hoy tendría pareja.

Ya en el rellano se ajustó la mochila a la espalda para comenzar el descenso por las escaleras, ni loco se metía en ese trasto infernal, que por lo que había escuchado en las reuniones de vecinos, se averiaba con demasiada frecuencia. Llego al primer piso, esperando encontrar a Catalina su vecina, amiga e incluso si ella quisiera…algo más, pero sabía que ella dada su naturaleza no era de las que esperan por nada ni por nadie, así que continuó su descenso. A mitad de camino entre el primero y el portal, los saltos y pasos apresurados le indicaron que Catalina­­ le alcanzaría antes de llegar abajo.

—Hola, Henry —le saludó con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Feliz San Valentín!
—¡Feliz San Valentín, Catalina!— Ni siquiera la miró a la cara, Catalina era demasiado guapa y le ponía demasiado nervioso.
—No hagas planes para esta noche, ¿de acuerdo?
—Va…vale —tartamudeó— ¿A dónde vamos?
—¡De concierto! — A Henry se le hizo un nudo en la garganta y comenzó a sudar.
—¿Con..con…concierto?— A su mente comenzaron a llegar imágenes de miles de personas amontonadas, respirando el mismo aire de una sala enana…
—Sí, pero será algo tranquilo, no te preocupes, estaremos incluso sentados en una mesa—Catalina le estaba poniendo “ojitos”, ¡a él!
—Vale, de acuerdo—claudicó, si era un sitio tranquilo lograría sentirse algo más cómodo.
— Te espero a las ocho en mi rellano. Hasta luego— dijo y sin esperar su respuesta, continuó su descenso dando saltos hasta el portal.

Henry tardó un par de minutos en reaccionar y seguir bajando la escalera. ¡Iba a salir con Catalina! No se lo podía creer, ¿cómo una chica como ella podía siquiera interesarse por él? Sin embargo, contra todo pronóstico desde que se había mudado al edificio se habían hecho amigos, no tenía amistad con ningún otro vecino a pesar de conocerlos a todos, así que esa chica, alocada y distraída, poco a poco se fue haciendo un hueco en su corazón.

Al llegar al portal se fijo en el pequeño corcho donde solían colgar los avisos importantes. ¡Anda ya, había reunión de vecinos esa noche! Pues ni hablar, para una vez que tenía una cita, no iría, ya le pondría una excusa al presidente, además teniendo en cuenta que siempre llegaba tarde y con su suerte, saldrían a las tantas de la reunión.

Sus pensamientos se ven interrumpidos por su vecina Gemma, la amante de los animales, con sus tres perros, también llamados “monstruos”, que tienen revolucionado el edificio gracias a los “regalitos” que dejan por todos los rincones, algo sorprendente ya que vive en el bajo.

Ahí estaba parado en la salida como cada día, junto a la belleza del edificio, sospecha que se dedica al mundo de la moda, porque siempre va de punta en blanco. La acompaña Andrea, el presidente de la comunidad, aunque él se presenta como André, a Catalina solo le bastó un segundo delante de su buzón para descubrir que en realidad se llamaba Andrea y desde entonces y a sabiendas de que le molesta le llama Andrea a voz  en grito por todo el edificio. También está el siempre serio y trajeado vecino del segundo, Nicolás, que a Henry le da algo de miedo. Los cuatro permanecen parados en la puerta, de seguir así comenzará a sudar y a ponerse nervioso, no entiende el motivo por el que no le dejan pasar hasta que levanta la mirada, están decidiendo la prioridad de paso, en la calle está Faustino, apodado “el nuevo” porque es el que menos tiempo lleva viviendo en el edificio, en el fondo a Henry le da pena, debía de ser un fastidio compartir pared con Gemma y sus “monstruitos”. Tras unos minutos, que a Henry se le hacen eternos, por fin deciden que la frase, “dejar salir, antes de entrar” es la que debe regir en el edificio y así lo hacen, mientras Faustino les sujeta la puerta salen uno detrás del otro, rumbo a sus respectivos trabajos.

Su oficina estaba a la vuelta de la esquina, ese había sido el factor decisivo para comprar el ático, necesitaba vivir cerca del trabajo y así evitar las aglomeraciones del metro, que hace unos años habían conseguido provocarle tal nivel de estrés y ansiedad que a punto estuvo de ingresar en el hospital. Henry era contable en una pequeña empresa de publicidad, pero en su interior albergaba la esperanza de algún día ser valiente y dedicarse a su verdadera vocación, ser pintor, una profesión que le obligaba a estar solo, el trabajo ideal. Al abrir la puerta de la oficina no pudo evitar pensar que alguien había vomitado sobre ella el día de San Valentín al completo, todo estaba lleno de corazones rojos, flores e incluso pequeños cupidos con sus arcos y sus flechas…Atravesó la marea de adornos y se sentó en su escritorio, obviamente estaba pegado a una enorme cristalera, desde donde podía observar la calle.

No habían pasado ni dos minutos desde que se había sentado y ya estaba deseando que fueran las ocho de la tarde para ver a Catalina. ¡Mierda, no le había comprado un regalo! No tenía más opción que ir a la hora de comer, a uno de los centros comerciales super-saturados para comprarle algo, pero..¿qué? Trató de recordar todas y cada una de las conversaciones que había mantenido con su vecina, por si en alguna de ellas había salido a relucir su gusto o interés por algo en concreto, pero…no, no tenía esa suerte y tampoco quería que el primer regalo que le hiciera a la chica de sus sueños fuera algo tan manido y aburrido como una rosa roja o unos bombones. Eso no le pegaba a Catalina, tenía que ser algo único y original como ella. ¿Y si la invitaba a su casa? Para enseñarle su “santuario”, su terraza, el lugar dónde podía ser él mismo y lo más importante dónde podría declararse a Catalina, olvidándose de su tartamudeo, eso haría.

A las seis y diez, entró en el portal del edificio y corrió mirando a un lado y a otro hasta ponerse a salvo en las escaleras, no quería encontrarse con ninguno de sus vecinos, en general no parecían malas personas, pero con la única con la que se sentía relativamente cómodo era con Catalina. Nada más llegar al ático, echó un vistazo en la nevera, para ver si tenía los ingredientes necesarios para prepararle algo rico a su cita, por suerte dos días atrás había hecho la compra…Adornó la mesita de la terraza y colocó algunas velas, que encendería después para darle un toque romántico a las espectaculares vistas de la ciudad. Se dio una ducha y dudó durante más de media hora frente al armario, incapaz de decidir qué debía ponerse en su primera cita con Catalina, finalmente se decidió por unos vaqueros negros, una camiseta blanca y su cazadora de cuero, tratándose de un concierto no quería ir demasiado elegante. Por último se quito sus gafas de pasta y las sustituyó por las lentillas, que en contadas ocasiones se ponía.

Bajó los 84 peldaños (sí los había contado) que le separaban de la primera planta y a pesar de que aún faltaban más de cinco minutos para las ocho, Catalina ya le esperaba en el rellano. Sus ojos recorrieron el cuerpo de su vecina, las largas piernas enfundadas en un estrecho pantalón de vinilo negro y el pecho ligeramente cubierto por una camiseta rojo escarlata, haciendo juego con su pintalabios y como abrigo una chaqueta de cuero muy parecida a la de Henry. El pelo corto y negro suelto, con su habitual flequillo rebelde, que amenazaba con tapar sus bonitos ojos marrones. Henry carraspeó tratando de aclarar su garganta y con suerte su mente, para poder elogiar como es debido a Catalina. Un escueto “Estás preciosa” por su parte, pareció ser suficiente para ella, que agarrándole de la mano, lo arrastró escaleras abajo.

Por suerte para él, su acompañante decidió parar un taxi en la puerta de su edificio, para ir al concierto, lo que permitió que Henry se sintiera algo más relajado, porque sumada a la emoción de asistir a un concierto, tener a una mujer como ella sentada a su lado, rozando sus piernas con las de él, fingiendo que era algo que hacía a menudo, no era tarea fácil. Cuando el taxi paró frente a la puerta de un local, en la que una fila enorme de personas esperaba su turno para entrar y observando su indumentaria, comenzó a sospechar que el concierto no iba a ser tan tranquilo como le había asegurado Catalina esa mañana. Le sudaban las palmas de las manos, así que se las frotó contra el pantalón con disimulo antes de que ella volviera a coger su mano.

Por fin después de veinte minutos en la puerta, lograron entrar…<<¡Me ha engañado!>> Henry maldijo en silencio a su vecina, mientras ella trataba de aguantar la risa sin mucho éxito al ver su cara de estupefacción, al leer el cartel dónde se informaba que iban a asistir en primera fila a…¡Un concierto de Heavy Metal! A pesar de estar aterrado y de sudar por lugares de su cuerpo que no creía posibles, Henry recitaba en su mente una especie de Mantra que lejos de serenarle, le  mantenía ocupado para evitar pensar en dónde estaba…<>.

La música lo inundó todo y sus fosas nasales afanadas en captar el mayor oxígeno posible, no fuera a ser que le dejaran sin él, trabajaban sin descanso. Estaba tenso y asustado, incapaz de disfrutar de su cita con la chica de sus sueños. Catalina se volvió hacia a él, sonriéndole y él trató de devolverle el gesto, aunque dado su estado bien podría haber puesto una mueca de terror. De repente, los brazos de Catalina le rodearon el cuello, para ponerse de puntillas y besarle. Henry se debatía entre disfrutarlo y corresponderlo o luchar por mantener el aire en los pulmones, que su vecina se estaba afanando por robarle. Finalmente y viendo el interés que ella ponía en el beso, la agarró fuerte por la cintura juntando sus cuerpos aún más y se aventuró en su boca, si iba a morir asfixiado, al menos moriría feliz.

Tras la hora y media más larga, intensa, terrorífica y…¿romántica? de su vida, Henry caminaba de la mano de Catalina por las calles de la ciudad, ella había sugerido hacerlo, todo un alivio para él, que saboreaba cada bocanada de aire que entraba en sus pulmones, como si del regalo más preciado se tratase y por fin, comenzó a relajarse.
Cuando le sugirió subir a su ático, ella le miró arqueando una ceja, parecía sopesar si Henry suponía una amenaza, <<¿En serio? ¿Crees que el chico que ha estado a punto de desmayarse después de que le dieras un beso se propasaría contigo?>>. Pero Catalina, como venía siendo habitual en ella, volvió a sorprenderle y comenzó a subir corriendo la escalera hasta el ático de Henry riendo cual niña pequeña que quiere hacer travesuras.

Nada más abrir la puerta, Henry le cedió el paso y ella curioseó por todo el piso, mientras él se dirigía a la cocina para preparar la cena. Minutos después, sintió las manos de Catalina, paseando por su espalda, deteniéndose en sus caderas, mientras tratada de ver qué estaba cocinando. Henry divertido por su gesto, la echó con cariño de la cocina y la invitó a tomar una copa de vino sentada en su sofá.
Sin que ella le viera, dispuso todo en la terraza, la cena tapada  en sus platos, las velas encendidas, la pequeña estufa  que le permitía disfrutar del exterior en pleno invierno a toda máquina, cuando se aseguró de que todo estaba listo, volvió dentro y con un pañuelo tapó los ojos de Catalina y la guió hasta la terraza, poniendo sobre sus hombros, una manta para evitar que el cambio de temperatura fuera tan brusco. Colocó a su vecina delante de él, pegada al pequeño muro que delimitaba la terraza.

-¿Lista? – Preguntó y sin esperar contestación, le retiró el pañuelo de los ojos. – ¡Feliz San Valentín, Catalina!

No podía ver su cara desde la posición en la que estaba, pero el beso que le estampó su vecina pillándole de nuevo por sorpresa, le indicó que las vistas desde su santuario le habían encantado. Armándose del valor y la confianza que le infundía el estar en su territorio, Henry se sinceró con Catalina. Empezó por lo más obvio, <> y tomando carrerilla le soltó toda una retahíla que comenzaba por la primera vez que la vio y que terminó con un <>, que dejó a su vecina bizqueando, probablemente porque no esperaba que Henry, su vecino, al que le daba pavor cualquier habitación que contuviera más de dos personas, fuera capaz de abrirle su corazón con tanta pasión. Lo que no sospecha, es que si no fuera por ella y por la noche tan aterradora que ha vivido a su lado, probablemente su declaración no hubiera sido tan estupenda.

Catalina ha sido capaz de descubrirle un mundo nuevo, uno que de su mano está dispuesto a explorar y que a su lado no le da tanto miedo. Catalina le ha dado el aire que faltaba en sus pulmones.

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