Hablemos de días grises y de tempestades

 Dicen que quien mucho abarca, poco aprieta (que me gusta a mí un buen dicho popular) y eso, claramente, es lo que me está pasando de un tiempo a esta parte. Los planetas se alinearon sí, pero para sumirme en una espiral de ansiedad y estrés de la que está siendo complicado salir. Pero bueno, para que este post sirva como una historia al uso, vamos a empezar por el principio...

Me remontaré al año 2017, sí han pasado cuatro años desde entonces pero creo que ahí se encuentra el detonante de todo (tenéis una entrada en la que os hablo sobre lo que ocurrió durante el 2017 para no repetirme en esta ocasión). Durante ese año estuve jugando con fuego a nivel de ansiedad y de estrés, algo que creía que podía controlar y que, por supuesto, no controlaba en absoluto. El trabajo que hago, a pesar de que me apasiona y me encanta, implica para mí, que soy una perfeccionista de tomo y lomo, que me esté exigiendo continuamente a niveles que ninguna persona puede soportar durante un periodo de tiempo tan prolongado. Además, como soy un culo inquieto y mi mente parece funcionar siempre a una velocidad para nada normal, acostumbro a embarcarme en varios proyectos a la vez. 

Durante el año 2018 estuve yendo a terapia con una psicóloga (algo que os recomiendo muchísimo), los ataques de ansiedad habían subido de nivel y los tenía cada noche, me bloqueé, no me apetecía ni quería hacer nada en absoluto y, el pensamiento recurrente de que ya no iba a ser capaz de volver a escribir (en esa época estaba escribiendo El renacer de la Moura ) me acompañaba día y noche. La terapia fue una maravilla, mi psicóloga es estupenda, gracias a ella emprendí un viaje a lugares por los que nunca me había permitido volver a transitar, es decir, remover y revivir aquellas situaciones que me habían hecho daño en el pasado. Qué importante es hacer esto para poder avanzar. Es una de las mejores experiencias que he tenido, he vuelto a conectar con una parte mía que había dejado enterrada y he comprendido que mi coraza, esa que me he creado a lo largo de los años, no tengo porqué perderla, por mucho que otras personas no se encuentren cómoda con ella.

Aquí voy a hacer un inciso para contaros algo sobre mí, lo que dejo que los demás veáis es solo una ínfima parte de lo que soy en realidad. No soy una persona hipócrita y no soy capaz de fingir, mi cara me delata, si algo me parece mal o me enfada se me nota enseguida. Hay muy pocas personas a las que les he dado acceso a un tour completo por lo que a mi persona se refiere. Aquí es donde entra en juego mi coraza, muy pocos saben que soy una persona tímida (sí lo soy a pesar de que hable por los codos), muy pocos saben que me preocupo en exceso por todos a los que quiero hasta el punto de que convierto sus problemas en míos, muy pocos saben que soy una payasa que me encanta hacer bromas y contar chistes y, en este punto, también me he dado cuenta de que solo un puñado de personas son capaces de hacerme reír de verdad, soltar esa carcajada estridente, agarrarme el estómago...

Mi psicóloga me dijo algo que hasta que no lo hice no creía posible, me dijo que volvería a escribir y que lo haría mejor que hasta ese momento y, lo hice, no sé si mejor pero sí con muchas más ganas y satisfacción de las que había sentido hasta entonces. 

2019, mi cuerpo vuelve a darme avisos, esta vez en forma de una tendinitis (epitrocleitis para ser más exactos), en ambos brazos pero, el peor, era el izquierdo. La impotencia y la frustración se sumaron a la lista de problemillas que he ido acumulando. No podía escribir, literalmente, el dolor era insoportable, hasta el punto de llorar cada vez que lo intentaba y, después, por no ser capaz de hacerlo. Muchos meses de médicos, rehabilitación...que no me servían de mucho, todo sea dicho. 

2020, aquí ya las cosas se jodieron para todos (me voy a permitir soltar un taco porque sí, también soy muy mal hablada ). Creo que a nivel mental, nos ha afectado y nos afecta a todos. A pesar del bloqueo de los primeros meses de pandemia, en los que vivía con el miedo y la incertidumbre agarrados al pecho cada día. Según pasaba el tiempo, me daba cuenta de que escribir me estaba ayudando a sobrellevar la situación y terminé El camino de la Moura, tanto esta novela como El renacer de la Moura, tienen un tinte oscuro, como si fueran un reflejo de todo eso que me había pasado durante esa época, al menos, yo lo siento así.

Y llegamos al 2021, con promesas de que este año iba a ser mucho mejor que el anterior (seamos francos con poco ya sería mucho mejor que el 2020). Estoy escribiendo la que será la última novela de la saga La Cueva de la Moura, El destino de la Moura. Lo que lleva a elevar el nivel de exigencia conmigo misma porque es el FINAL de la saga, tiene que ser un final que recordéis con tanto o más cariño que el de la trilogía principal. En verano, os escribí un post en Instagram diciéndoos que paraba, que necesitaba parar porque estaba notando que el nivel de estrés subía y subía...Me faltan apenas cinco capítulos para terminar la novela pero no quiero hacerlo en este estado. Os digo que voy a parar...lo hago, me miento a mí  misma diciendo que he parado la máquina, no lo he hecho. Ya no he echado leña al fuego, directamente le he echado un bidón de gasolina. Me he puesto a trabajar en un proyecto que me estresa aún más que lo que tenía entre manos...

El 23 de agosto llegó la explosión. Llevaba meses con dolores de cabeza constantes, no se iban nunca, apretaba la mandíbula todo el tiempo... Ese día recuerdo haber tenido la extraña sensación de que algo malo iba a ocurrir (parece algo loco lo sé pero yo lo sentía así), todo el día lo pase con esa tensión, el dolor de cabeza crecía y crecía. Por la noche, cenando en casa de mis padres, empezaron las palpitaciones pero yo no dije nada a pesar de que me empecé a asustar. Conducía hacia mi casa, llevaba a mi abuela y a mi marido conmigo, comenzó el pánico, el ahogo, la cabeza me estaba matando, me dolía el pecho...No quería asustar a mi abuela así que seguí sin decir nada hasta que la dejé en su casa y, solo entonces le dije a mi marido que algo chungo me estaba pasando. Sudores, temblores, falta de aliento, dolor de cabeza,  dolor en el pecho, pánico extremo... Un ataque de ansiedad tan bestia, tan salvaje y no voy a decir que tan sorprendente porque sabía que todo lo que estaba acumulando me pasaría factura tarde o temprano. No os he contado que, desde hacía meses, había dejado de leer, esa tenía que haber sido la primera señal de alerta para mí. Tampoco tenía ganas de hacer nada...hasta que tuve una conversación con otra psicóloga que me abrió los ojos de golpe, estaba en la antesala de una depresión y, por ahí, sí que no estaba dispuesta a pasar. Cambié el chip de golpe, forzándome a hacer cosas, a cantar, a bailar, a salir de casa (doy gracias también a las amigas que me ayudaron con esto) y, una tarde, sin más, me puse a leer de nuevo.

No voy a mentir, no estoy recuperada, porque he seguido trabajando en algo grande, muy grande, que de conseguirlo, a nivel profesional y personal, supondrá un salto enorme pero que, a nivel mental, también es muy exigente. Estoy mejor, eso puedo decirlo, trato de interceptar esos pensamientos malos que se cruzan en mi mente y de cambiarlos por otros que no me hagan daño. Quiero y sé que necesito volver a terapia para estar de nuevo al cien por cien y es algo que voy a hacer. 

Creo que esta es la entrada más larga que he escrito en el blog, perdonadme si os ha resultado un coñazo el leer toda esta parrafada pero, para mí esto es terapia también y como es mi página pues...jejeje. El objetivo de todo esto, es dar visibilidad a algo que solemos pasar por alto: la salud mental. Si has sentido o sientes cualquiera de las cosas que he contado aquí y sabes que tú sol@ no eres capaz de gestionarlo, pide ayuda. Sigue habiendo una especie de tabú social en todo lo que rodea a estos temas y debemos acabar con ello. 

Comentarios

Entradas populares